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viernes, 5 de septiembre de 2014

UNA DE RELATO… "¡ME HA TOCADO LA CARA!"


El tropel era tal, que vislumbraba el camino a duras penas. Mientras tanto, en mi cabeza no paraba de mostrarse ese juicio al cual yo asistí in situ. ¿Quien era ese hombre? ¿Por qué ese tiberio?

Me paré un instante para aclarar hacia donde quería ir y apoyé mi zurrón en los pies de una palmera. Saque de él un mendrugo de pan manido y empecé a mordisquearlo. Necesitaba agua y justo delante de mí, tenía un abrevadero y no lo dudé ni un momento, me tiré de bruces y metí toda la testa.

Una vez que me atemperé, pude escuchar unos gritos de bajeza que provenían de esa horda y no me cabía duda que iban dirigidos a ese hombre. Cogí mi talego y me moví rápidamente hacia donde las voces me iban llevando.
Era utópico aquella empresa, pues mi corta estatura me impedía divisar que estaba ocurriendo. Menos mal que mi pillería de mozo perspicaz  me daba siempre exitosos triunfos y como si de una serpiente se tratara, comencé sibilínamente a entremeterme por entre las piernas de la caterva y entre pisotones y algún más que otro pescozón, pude por fin ver lo que allí estaba ejecutándose.

Dolor, fatiga, cansancio, muerte, ardor, miedo… eso es lo que me estaba sucediendo al observar esa cruel estampa que yo, un chaval de corta edad, estaba sufriendo. En vez de estar jugando con los de mi edad, algo me decía que yo tenía que estar ahí, al lado de ese ser que aún no podía verle la faz.

A una de tantas personas que había, le pregunté: "¿Cuál es su delito? ¿Porqué le vejan de esa forma?"
No me dio tiempo a reaccionar y ya me encontraba en el suelo, por el empellón que me había propinado al formularle ese par de cuestiones.
Entonces una sombra eterea, me envolvió por completo. Yo me quede petrificado y una mano sobrehumana me acaricio el rostro y me insto a que me levantara. Yo no quería alzarme, quería que su palma se quedara anexada a mí, como una madre agarra a su hijo al nacer. La delicadeza de su gesto fue tanto, que no me dolió el coscorrón que me dio uno de los esbirros del sistema que iba acompañando a ese varón.

Se alejaba aquella procesión cruel y yo aún permanecía allí, impertérrito, inmóvil, pues sin saber quien era él, sabía que alguien especial me había tocado la cara.
Cuando mis órganos y articulaciones empezaban a activarse, una señora demacrada y vestida de duelo se acercó hasta donde yo me encontraba y una nueva experiencia estaba a punto de ocurrir. Se inclinó y susurrándome al odio me declamó estas bellas palabras: "Ese es Jesús de Nazaret y tu rostro ha sido santificado". ¿Y usted, quien es? Le dije al instante. "Soy su madre, María" 
Se alejó, me alejé y con mi alforja al hombro me iba diciendo a mi mismo, una y otra vez: "¡Me ha tocado la cara!, ¡me ha tocado la cara!, ¡me ha tocado …"



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